lunes, 20 de diciembre de 2010

Unidad 3 - Bienaventurados los que buscan paz

Había una vez una calle llamada Paz. Era situada en una grande ciudad, era muy agitada y tenía muchos juegos como subibajas, tobogán, columpios y un montón de cosas divertidas que animaban a los niños en los fines de semana. Muchas personas vivían en aquella calle.
Pero el nombre no tenía mucho a haber con aquel lugar, pues paz era lo que más faltaba en aquellas personas. ¿Saben por qué? Porque siempre había peleas entre los niños que vivían por allí y, por causa de eso, los padres de ellos también discutían.
Todo era motivo para confusiones: la latita de gaseosa dejada en la puerta de alguien, la pelota que se calló en patio de la vecina, el perro que corrió atrás del gato del otro, las burlas porque el equipo del amigo perdió, todo era problema.
Gabriel vivía en esta calle y siempre veía los tumultos entre los vecinos. El niño, muy inteligente, buscaba no envolverse, pues no le gustaba las peleas. Él estaba correcto. Él sabía que después de las peleas todos hacían las paces después.
Cierto día, los niños estaban jugando al futbol cuando, de repente, Juancito fue empujado por otro niño del otro equipo. Él comenzó a llorar, y se machucó la rodilla. Y eso fue el motivo suficiente para comenzar una pelea. Fue una tremenda gritaría de palabrotas y amenazas.
Los otros niños que les gustaban ver las peleas, empezaron a incentivar uno para que pegue al otro, en el momento que ellos iban a pegarse… ¿Saben lo qué ocurrió? Gabriel se metió en el medio de los dos y dijo: ¡Paren ahora los dos, que cosa fea! Nosotros todos somos amigos y deberíamos estar jugando, divirtiéndonos y no metiéndonos en confusiones. En aquel momento, los niños se quedaron mirando asustados a Gabriel que continuó diciendo: En un rato, ustedes estarán bien y charlando como si nada hubiese acontecido. Pero no se dieron cuenta que en el momento de rabia uno puede herir el otro.
Después de eso, la pelea terminó y Gabriel se fue para su casa. Algunos minutos después, Juancito y el niño que lo había empujado fueron hasta la casa de Gabriel, le agradecieron por lo que hizo y dijeron: Tú eres diferente de los demás, fuiste el único que nos separó de la pelea. Entonces Gabriel les dijo: Amigos, escuchando la Palabra de Dios, yo aprendí que felices son aquellas personas que son pacificadoras, o sea, aquellas que buscan y les gustan promover la paz, pues Dios las tratará como Sus Hijos. Por eso, a mi no me gusta las peleas, pues quiero siempre ser considerado hijo de Dios.
¿Vieron como fue importante la actitud de Gabriel? A través del buen ejemplo de él, Juancito y el otro niño hicieron las paces y entendieron que mejor que pelearse y hacer confusiones es promover la paz y ser considerando hijo de Dios. Debemos ser siempre pacificadores y nunca alegrarnos con los malentendidos de los demás, pues Dios se agrada cuando respectamos al nuestro prójimo y deseamos ver las persona unidas.

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